viernes, 16 de septiembre de 2011

Los abismos de Europa

¿Desde cuándo, mi querido lector, no ha estado Europa al borde del abismo, tal y como han alertado estos días los expresidentes González y Aznar? ¿Cuándo ha existido en nuestro continente un verdadero sentimiento de unión? A mi juicio, casi nunca. Y el historial de hechos que lo confirman, aunque comenzara con las mejores intenciones, constatan que el proyecto común solo alcanza tal consideración cuando la situación adquiere tintes dramáticos, cuando la cuerda se tensa tanto que un leve soplo la puede quebrar. Así somos en el viejo continente. Distintas lenguas, culturas, desapegos, rivalidades... Todo se conjura para desmembrar las bondadosas intenciones de su precursor, Winston Churchill, bendecidas por un aliado crucial, EEUU.

   Europa nace bajo la idea de establecer un periodo de paz duradero, tras las dos cruentas guerras mundiales. El objetivo era que volviera a ocurrir semejante atrocidad, en un vasto territorio dominado por el odio al vecino, la competitividad colonial y el liderazgo de la supremacía mundial. Mientras, otro proyecto común, el de EEUU, después de superar su propia guerra, crecía a pasos agigantados con la voluntad clara y persistente de que sin el apoyo y ayuda de todos miembros jamás conseguirían el estatus del que ahora gozan.

   Pero para articular una Europa cohesionada exenta de las cancerígenas ambiciones beligerantes de antaño, era necesario encontrar el primer peldaño de unión, y éste llegó, como no, a través del comercio.

   Las transacciones económicas, a lo largo de la historia, es lo que siempre ha unificado y fortalecido lazos entre diferentes naciones. Así que para hacer Europa había que empezar por ahí. A raiz de esa premisa, surgió la Comunidad Europea del Carbón y el Acero (CECA), a la que siguió el EURATOM, en lo que a energía atómica se refiere. Esos primeros vínculos fecundaron la CEE, consolidada con la llegada del euro, nuestra moneda única.

   La senda se despejó a nivel comercial, pero no lo hizo del todo. Mil y una reticencias políticas surgieron a lo largo y acho del trayecto. Curioso es el caso de Gran Bretaña, cuna de los primeros balbuceos de la Europa de hoy, cuyo nacimiento se lo debemos a su primer ministro Churchill, se integrara a medias y dejara el proyecto inconcluso. La nación que dio luz al capitalismo no quería perder su esencia individualista ni  su propia personalidad en el mundo. Eso, unido a la partición del viejo continente entre comunismo y capitalismo en todo el periodo de la Guerra Fría, ponían de relieve las serias dificultades por las que pasaría el sueño europeo.

   La desaparición de la URSS y su influencia en la Europa del Este parecía un halo de esperanza, pero consigo trajo dramáticas consecuencias. Algunos países satélites soviéticos tuvieron serios problemas para iniciar la transición. El caso más llamativo fue el de Yugoslavia. De nuevo, quedó manifiesta la incapacidad  de sellar una herida que no hacía más que agrandarse. Tuvo que ser la OTAN, patrocinada por EEUU, quien pusiera orden -vía militar- en el mismo corazón de la Unión.

   Varios años tuvieron que pasar para que aquel país se dividira en varios estados y quedara en paz sin que la UE pudiera hacer mucho. Luego llegó la moneda única, previo paso por los exigentes compromisos adoptados en los acuerdos de Maastrich, que España, de la mano de José María Aznar, pasó con apuros, tras heredar una lamentable situación económica dejada por Felipe González. Pero el euro, no aceptado por Gran Bretaña, fue criticado desde el principio. Se le acusó como el causante de inflaciones en los países menos poderosos como España. A pesar del beneficio que ha prestado y sigue prestando, no obtuvo buena fama desde el principio y siempre estuvo en el ojo del huracán.

   Otro gran obstáculo fue la Guerra de Irak. Gran Bretaña, España y Polonia se postularon a favor de la invasión de aquél país por parte de Estados Unidos. Otro eje, el franco-alemán, al que se unió Bélgica, claramente se inclinaron por rechazarla. Queda expuesto de relieve, una vez más, el adolecimiento de una política común.

   Por si fuera poco, la creación de la Carta Magna Europea recorrió un sinuoso y tortuoso sendero de espinas. La articulación del propio texto fue vetado una y otra vez, puesto que para algunos países significaba su pérdida de poder en la Unión. España, con Aznar, creía en esta teoría. Al llegar Zapatero, dio vía libre a su continuación, aunque para su aprobación definitiva necesitaba cruzar el trámite del referéndum. En nuestro país lo pasó con más pena que gloria (escasa participación, aunque el sí fuera rotundo). Sin embargo, Francia y Holanda certificaron su defunción con un incontestable "no" en sendos plebiscitos. El proyecto empieza a derrumbarse como un castilo de naipes.

   Herida de suma gravedad, Europa se "inventa" un proceso que evita la consulta popular para hacer avanzar a una Constitución que no goza del respaldo de sus propios ciudadanos. Con el denominado Tratado de Lisboa se formaliza la Carta Magna, tan maquillada que apenas es la sombra de la original. El sentir de la calle es que no conocen apenas nada del proyecto en sí, no saben para qué sirve, ni qué beneficios les da. Una corriente mayoritaria sostiene que Europa sólo es una enorme maquinaria burocrática sin utilidad, con un parlamento que se convierte en el retiro dorado de políticos inservibles en sus respectivos países.

   Ahora, con la crisis financiera, surge un nuevo abismo. Hemos pasado tantos que seguro este también quedará atrás. Es cierto que ahora apremia más que nunca tomar iniciativas políticas. Pero en realidad estamos otra vez en el punto de partida. ¿Cómo salvamos Europa de las fauces de la depresión económica? Pues eso, como al principio, por la senda económica, siendo solidarios con la(s) pieza(s) que podrían hacer caer todas las fichas del dominó. Son los casos, primero, de Grecia, Irlanda y Portugal; y segundo de España e Italia. Los enormes déficits de estas naciones han puesto contra las cuerdas a la Unión. La idea generalizada es que si cae uno caen todos. Aunque siguen existiendo divisiones. Los hay que piensan que deben caer aquellos que podrían poner en peligro a la UE, con el estado heleno en el punto de mira.

   Lo que está claro es que después de más de 50 años, Europa sigue siendo inestable. No existen políticas comunes sólidas, ni siquiera en lo económico, ya que no estamos bajo el amparo de la misma política fiscal -la implementación del eurobono es un clamor entre los países con más deuda-. Por si fuera poco, las ayudas entre estados miembros circulan muy despacio, puesto que antes deben salvar los obstáculos de sus respectivos parlamentos. Esto ocurre ahora con el segundo rescate a Grecia, donde Finlancia, Eslovaquia y Austria no consiguen desbloquearla.

   En definitiva, un desastre que de ponerle coto amenaza con cargarse, una mez más, este idealista proyecto integrador.

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